jueves, 23 de febrero de 2017

El ser humano es un ser social

Hace aproximadamente dos años ya, la mitad de mi empresa se fue a la mierda.
Antes de entrar ya nos había comprado un consorcio francés, pero todo siguió funcionando como si nada durante un tiempo. Hasta que las cosas empezaron a ir mal, los números empezaron a no cuadrar al final del año (los de nuestros clientes tampoco) y se empezaron a tomar medidas.
Medidas tan buenas como quitar los refrescos, que antes eran gratuitos, el cesto de fruta semanal o cancelar una fiesta de Navidad que costó más en reservas perdidas que en devolución del alquiler del local. No llegamos al punto de poner papel higiénico del barato, como vaticinaron algunos compañeros, pero estuvimos cerca.
También debió haber cambios que desconozco, porque a mí todavía no me ha afectado mucho, pero la mitad de mi departamento decidió irse en pleno a la competencia.
Por suerte, o por desgracia, a mí me pilló preñada y como éste es un mundo maravilloso en el que eso no afecta nada, me vi con la decisión dada de quedarme en la empresa y aguantar el tirón hasta la baja maternal.
Al final la baja no fue tan larga como planeaba, un mes y medio antes del parto y cuatro meses después, pero a la vuelta ya sólo quedábamos unos 10 compañeros de lo que antes éramos casi 40 personas. Ahí es nada.
Lo primero que noté es que no tenía con quién o cuándo ir a comer.
Parece una tontería, pero fue el primer gran cambio. Además de que tenía que hacer más piña con gente a la que antes sólo saludaba, de repente mi grupillo había desaparecido.
Ayer caí en esta reflexión porque por fin puedo decir, después de dos años, que todo ha vuelto a su cauce.
Hemos encontrado otro ritmo, ya no vamos a las 11.30 h como antes sino a las 12.30 h pasaditas, con hambre muchas veces (lo sé, visto desde España es prontísimo igual), pero ya volvemos a esperarnos, a contarnos a veces cosas personales, a saber dónde vive quién.
Es curioso cómo algo que me parecía el fin del mundo (o de mi carrera laboral en esta empresa) ha podido adaptarse lenta pero continuamente.
Y digo yo, ¿qué más da en el fondo comer solo o no tener con quién hacer la pausa del café? Pues por alguna razón, sí que da.
Así que habrá que aceptarlo, incluso los ingenieros introvertidos somos seres sociales. Aunque a veces no nos guste reconocerlo.

2 comentarios:

  1. Gracias a ti he descubierto que los ingenieros tienen su corazoncito :)

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    1. Claro que lo tenemos, aunque está escondido y no nos gusta que nos abracen.

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